GOLPE Y REPRESIÓN EN EL CAMPO DE GIBRALTAR

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

Una guerra contra el pueblo
El 18 de julio de 1936 un grupo de militares lideró una sublevación que la oligarquía española llevaba años preparando meticulosamente. Sus planes los aceleran tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Su objetivo: acabar con la democracia y los avances sociales que la Segunda República representaba y proteger con mano dura los intereses de la clase terrateniente y sus aliados: Iglesia católica, jerarquía militar y banca. Los militares suplantaban a la derecha política que gustosa les cedía el paso. Esperaba de ellos que sometieran a las izquierdas y establecieran un poder absoluto, garante de sus privilegios.
Los generales querían que no se repitiera el fracaso del golpe de estado organizado por Sanjurjo el 20 de agosto de 1932. Liderado desde Sevilla por este general, aquel golpe fracasó porque la mayor parte del Ejército no se sumó a él y porque las organizaciones sindicales declararon en la capital andaluza una huelga general y se enfrentaron a los sublevados. La Sanjurjada fue el primer levantamiento de las fuerzas armadas contra la República desde su instauración en 1931.
Por eso, en 1936 los planes eran mucho más detallados y los objetivos más ambiciosos. Los conspiradores estaban convencidos de que con un golpe de estado tradicional no iba a ser suficiente. Sabían que la República tenía una amplia base social y que las organizaciones sindicales y políticas de izquierdas iban a defenderla hasta sus últimas consecuencias. Sabían que el golpe no triunfaría y que iban a desencadenar una guerra civil, y por eso se prepararon a conciencia.
Instigados por la hegemónica clase dominante de la nobleza terrateniente, los militares ponían el fusil en una triple alianza en la que la jerarquía católica ponía la justificación ideológica: la guerra contra el pueblo español se convirtió en una cruzada contra ateos y masones. En realidad los mandos militares golpistas eran mayoría en el ejército porque en su mayoría eran descendientes de esa misma nobleza rica y poderosa. Venían de la misma vieja nobleza que había monopolizado antes todos los altos cargos del Reino, y en particular el cuerpo de oficiales del ejército, prácticamente, hasta mediados del siglo XIX todos los oficiales tenían que ser nobles. Además de esa nobleza procedían los miembros de las cúpulas del poder judicial y del eclesiástico.
Amparados en la impunidad que da la condición de clase dominante, los mandos golpistas elaboraron un proyecto muy simple: Controlando la prensa, crearon la amenaza de la toma del poder por hordas revolucionarias y la chusma, provocaron una sensación la desestabilización y caos y se presentaron como la única fuerza capaz de salvar al país, con gran complacencia de la clase terrateniente y hasta de la burguesía. Y desde antes del golpe sabían que para hacerse con el poder absoluto y mantenerlo sin ningún tipo de condicionamiento iban a hacer una guerra de exterminio para no volver a tener nunca enemigos. Una guerra que implicaba la eliminación física de todas las personas que de una manera u otra se habían implicado o simpatizaban con las organizaciones de izquierdas y con los gobiernos de la República. Sólo en Andalucía las tropas franquistas y sus aliados fusilaron a 60.000 personas.

Fotografías de los sublevados.
Fotografías de los sublevados.

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

Aterrorizar a la población
Los sublevados emplearon el terror mediante el asesinato, la cárcel y la tortura contra la población civil indefensa y contra todo el que se opuso a ellos. No sólo buscaban apartar del poder al Frente Popular, sino la eliminación física de todas las personas comprometidas con el régimen republicano.
Lo deja claro el general Mola en la instrucción que da a los conspiradores: “Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta, para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos, para estrangular los movimientos de rebeldía o de huelgas”.
La guerra contra el pueblo español había sido meticulosamente preparada por los oficiales conspiradores. Sólo faltaba el pistoletazo de salida que dio Franco en África.
De la cacería y fusilamientos masivos no se salvaron ni los oficiales y suboficiales que se mantuvieron leales al orden republicano. Los generales y coroneles sublevados se ponen manos a la obra con una perversidad brutal y un ansia de poder insaciable que aplican sin vacilar contra sus propios compañeros de armas. El 17 de julio, cuando todavía en la Península la sublevación militar no pasaba de ser un lejano rumor, fueron asesinadas en localidades del norte de África un total de 189 personas, por mantenerse fieles al Gobierno de España. Los que forman el núcleo del nuevo estado naciente se ensañan en aplicar el terrorismo contra todos los que no piensan como ellos. El 19 de julio, el General Mola afirmaba: “Es necesario propagar una imagen de terror (…) Cualquiera que sea, abierta o secretamente, defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Y el 31 de julio afirmó: “Yo podría aprovechar nuestras circunstancias favorables para ofrecer una transacción a los enemigos, pero no quiero. Quiero derrotarlos para imponerles mi voluntad. Y para aniquilarlos”.
Por su parte el general Queipo de Llano, jefe de los sublevados en Sevilla, lo dejaba bien claro en uno de sus discursos por la radio: “Yo os autorizo a matar, como a un perro, a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros: Que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad. ¿Qué haré? Pues imponer un durísimo castigo para callar a esos idiotas congéneres de Azaña (…) Por ello faculto a todos los ciudadanos a que, cuando se tropiecen a uno de esos sujetos, lo callen de un tiro. O me lo traigan a mí, que yo se lo pegaré (…) Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso también a las mujeres de los rojos que ahora, por fin, han conocido hombre de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará (…) Ya conocerán mi sistema: por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello; les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos, los volveré a matar”.
El 24 de julio Queipo de Llano afirma en un nuevo bando con instrucciones a las tropas que van entrando en los pueblos andaluces y deponiendo a las autoridades republicanas: “Serán pasado por las armas, sin formación de causa, las directivas de las organizaciones marxistas o comunistas que en el pueblo existan y en el caso de no darse con tales directivas, serán ejecutados un número igual de afiliados, arbitrariamente elegidos”.
Las víctimas de esta brutal represión, de esta matanza de civiles indefensos, empezaban a contarse por miles a pocas días de producirse la sublevación. Los rebeldes se enorgullecían de su perversidad moral, como si todos sus crímenes los cometieran en cumplimiento de su deber y al servicio de una causa. No les faltó quienes le aplaudieran. Sobre todo desde los púlpitos y los salones de los casinos.

Imágenes de la represión.
Imágenes de la represión.

 

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

El fascismo tardó tres años en imponerse
El golpe de Estado no triunfó tan rápidamente como pensaron sus autores. Obreros, campesinos, soldados leales a la República, sindicalistas y vecinos derrotaron a los militares traidores en Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y buena parte de España. El fascismo español necesitó tres años de guerra contra el pueblo para vencer. Y cuando la guerra terminó la represión continuó. Un millón de muertos, más de medio millón de exiliados y centenares de miles de presos y represaliados fue el legado de muerte y represión de Franco y sus aliados.
Llegada la República y desaparecida la monarquía, los terratenientes habían perdido uno de sus mecanismos de poder: la aristocracia de palacio y los militares que rodeaban al monarca y ejercían el poder a través de él, la camarilla palatina, con sus facetas civil y militar. La combatividad de los trabajadores agrícolas e industriales, la amenaza -más imaginaria que real- de la reforma agraria republicana, la falta de preparación política de la aristocracia como clase y la favorable coyuntura internacional con el ascenso del fascismo y del nazismo, incitaron a los latifundistas a utilizar el instrumento político que sabían manejar: el golpe militar.
Franco fue el vencedor de una guerra que solo trajo desgracias para la mayoría de la población. Algunos historiadores calculan que cerca de un millón de personas murieron. Buena parte de ellas víctimas de los combates en el frente, otras a causa de los bombardeos, más de 125.000 fueron ejecutadas y muchas otras fallecieron por culpa del hambre y de otras causas provocadas por el conflicto bélico.
Al finalizar la guerra, más de 300.000 hombres y mujeres se marcharon al exilio, obligados a abandonar el país para no perder la vida. Muchos acabaron hacinados en los campos de refugiados de las costas del sur de Francia y otros huyeron a Méjico, Argentina, Chile o el norte de África. Muchos de ellos nunca regresarían. Esta emigración fue un serio revés para la economía española pues los huidos eran en su mayoría personas jóvenes, pero también para la vida cultural y el desarrollo científico del país pues entre los exiliados había un número importante de artistas, escritores, científicos, profesores universitarios, etc.
La guerra dejó también una profunda huella en las actividades económicas: destrucción de las infraestructuras, de la cabaña ganadera, del parque automovilístico y ferroviario, de las industrias… Por eso los años cuarenta son, en la memoria de la mayoría de las personas mayores, los años del hambre. La pobreza, la miseria y las enfermedades se unían para muchas familias al dolor por los familiares muertos, encarcelados o exiliados. Comenzaba para buena parte de los españoles la larga noche del franquismo.

Imágenes de lucha antifascista.
Imágenes de lucha antifascista.

 

Una zona estratégica
Controlar el estrecho de Gibraltar y la bahía de Algeciras fue objetivo prioritario para los sublevados. A finales de julio ya lo habian conseguido. Eso les permitió traer las tropas africanas con que extenderían su poder por toda la comarca. Primero en hidroavión, luego en aeroplano y por último en barco.
Sus columnas militares afianzaron su dominio ejerciendo el terror. En Algeciras, los fusilamientos empezaron enseguida.
Los detenidos eran conducidos al cementerio, donde eran ejecutados y rematados con un disparo en la cabeza. Más de 300 personas murieron así. El número de asesinados fue similar en La Linea.
En San Roque hay constancia documental de que fueron 91; en Los Barrios 43; en Tarifa 58; en Jimena 85 y en Castellar 24.

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

 

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

Poca guerra y mucho fusilamiento en el Campo de Gibraltar
El Campo de Gibraltar apenas vivió episodios bélicos durante la guerra. El golpe de Estado de los sublevados contra el Gobierno legítimo de la Segunda República triunfó rápidamente en Algeciras, La Línea y San Roque. No hubo prácticamente guerra, pero sí una represión feroz. Hay constancia documental del asesinato o fusilamiento de más de 600 personas, a las que habría que añadir muchas que fueron ejecutadas en los primeros meses de guerra sin que quedara rastro de su desaparición, o que murieron fuera de la comarca. Los historiadores calculan que las tropas franquistas fusilaron a unos mil habitantes del Campo de Gibraltar. Sólo en Algeciras unos trescientos y otros tantos en La Línea. En Jimena, donde la resistencia popular retrasó la entrada de los fascistas hasta finales de septiembre de 1936, hay constancia de unos cien fusilados a manos de los fascistas.
Uno de los primeros objetivos de los golpistas del 18 de julio de 1936 era controlar el Campo de Gibraltar y el Estrecho. La importancia estratégica de esta zona era doble: por un lado es la vía de comunicación natural y obligada entre el Atlántico y el Mediterráneo y por otro tenía a catorce kilómetros, en la orilla sur del estrecho, el Protectorado español en Marruecos. Allí estaban las tropas que los golpistas necesitaban utilizar con rapidez para conquistar terreno en la Península y marchar hacia Madrid. Algeciras era uno de los puertos a los que los golpistas pensaban traer esas tropas africanas. El otro era Málaga, pero como esta ciudad se mantuvo leal a la República, Algeciras se quedó como único punto de desembarco. En la mañana del mismo día 19 de julio llegaban a Algeciras los vapores Cabo Espartel y España núm. 5, que traían al segundo Tabor de Regulares de Ceuta. Los escoltaba el cañonero Dato, en manos de los sublevados que se aproximó a La Línea y desde las cercanías del puerto de Gibraltar cañoneó al cuartel de Infantería de Ballesteros para intimidar a la guarnición que no se había sumado al movimiento. El hecho de que, en un primer momento, la mayor parte de la flota española permaneciera fiel al Gobierno republicano, impidió que más tropas moras de los sublevados viajaran por barco hasta Algeciras. Y empezaron entonces los transportes en avión. Hasta que el 5 de agosto atravesó el estrecho lo que los golpistas llamaron el Convoy de la Victoria.
Algeciras estaba desde el 18 de julio en manos de los sublevados. La trama conspiratoria estaba integrada por el capitán del cuerpo de Inválidos Enrique Castillo, que hacía de enlace con el Ejército de África por sus especiales vínculos con el teniente coronel Yagüe; el teniente coronel Coco, el comandante de Estado Mayor González Pons y los capitanes Díaz Fernández y Fernández Cortada. Ellos fueron los que tomaron el poder en la guarnición militar de esta ciudad, destituyendo y fusilando al comandante del regimiento de Infantería nº 7, Joaquín Gutiérrez Garde, conocido por sus ideas izquierdistas. Otro de los primeros en ser fusilados fue Salvador Montesinos, alcalde de una ciudad con gran implantación de republicanos y anarquistas en la que el Frente Popular obtuvo el 84 por ciento de los votos el 16 de febrero de 1936.
La Línea tardó un día más que caer en manos de los golpistas. El 19 de julio de 1936 varios centenares de linenses se congregaron junto al cuartel de Ballesteros, donde estaba el mando de la guarnición militar de la ciudad. El pueblo de La Línea, que en febrero del 36 había dado el 90 por ciento de sus votos al Frente Popular, expresaba así su solidaridad con los militares leales, en su mayoría suboficiales, que habían derrotado a un grupo de conspiradores que intentó sumarse al golpe de Estado empezado dos días antes en Marruecos. Los concentrados seguían allí cuando llegó desde Algeciras un grupo de tropas sublevadas que inmediatamente empezó a disparar contra la multitud indefensa. Murió casi un centenar de personas y otras tantas resultaron heridas. Los suboficiales leales, que el día antes habían perdonado la vida a los mandos golpistas enviándolos a Gibraltar, fueron fusilados con rapidez. Ellos fueron solo los primeros de una larga lista de víctimas porque el resto del verano los fascistas fusilaban sin juicio previo todos los días.
San Roque, donde los golpistas también triunfaron el día 19, vivió uno de los pocos sucesos bélicos registrados en la comarca. El 27 de julio una columna procedente de la provincia de Málaga, integrada por soldados y milicianos de la CNT, entra en el pueblo y llega casi a dominarlo por completo. Sólo el cuartel de la Guardia Civil resiste. Los milicianos detienen a un grupo de personas de derechas y amenazan con fusilarlas si no se rinde el cuartel. Los atrincherados no se ceden. Los milicianos fusilan a seis de los detenidos y abandonan la ciudad ante la llegada de tropas procedentes de Algeciras más numerosas y mejor equipadas. Controlado otra vez por los golpistas, en San Roque, ese mismo día, comenzarían los fusilamientos de personas de izquierdas. Fusilamientos que no pararían antes bien entrado el año siguiente.
Hubo otro intento republicano de reconquistar terreno en la comarca. Un tren cargado de milicianos leales procedente de Ronda llegó hasta La Almoraima, en término de Castellar, el miércoles 22 de julio. Buques gubernamentales se acercaron al fondeadero de Puente Mayorga y, apoyados por tres aviones, bombardearon La Línea en un intento de ayudar a las fuerzas republicanas llegadas a La Almoraima, intentaban avanzar sobre Algeciras para hacerlas retroceder a las llegadas de Ceuta. Pero por la tarde, aviones rebeldes procedentes de la base de Tetuán hacían lo propio con la escuadra y con la estación de La Almoraima y obligaban a los trenes a retroceder hasta las estaciones de Castellar y Jimena de la Frontera.
El resto de las poblaciones campogibraltareñas cayeron pronto en manos de los sublevados: Los Barrios, el 23; y Tarifa y Facinas, el 24. Algo más tardaron Castellar de la Frontera, el 28 de agosto, y sobre todo Jimena de la Frontera, que siguió en poder de los leales a la República hasta el 28 de septiembre. Para la conquista de estos pueblos, las fuerzas golpistas utilizaron columnas compuestas de diversos cuerpos de militares y voluntarios, entre ellos los tabores de regulares, las tropas marroquíes que tanto terror infundirían luego en toda Andalucía. Al entrar en los pueblos, donde encontraban muy poca resistencia armada, los jefes militares de las columnas destituían los ayuntamientos, nombraban comisiones gestoras, clausuraban los sindicatos y partidos, organizaban milicias y daban las normas e instrucciones para controlar la población.
En Jimena esta dinámica no resultó tan fácil. Situada sobre un monte que corona un castillo medieval, Jimena resistió hasta finales de septiembre y en la batalla en que cayó hubo numerosas bajas. Jimena se había convertido en uno de los lugares de refugio de miles de campogibraltareños que huían de los pueblos ya conquistados por los golpistas. Al aproximarse las tropas de regulares, una gran mayoría de habitantes de Jimena, como antes había pasado con los demás municipios de la comarca, huyó en dirección a la provincia de Málaga.

Los golpistas y la represión.
Los golpistas y la represión.

 

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

Una represión planificada
Los militares sublevados tenían un plan sistemático para eliminar a sus oponentes políticos. Y eso significaba, en cada pueblo y en cada ciudad, por grande o pequeño que fueran, matar o encarcelar a todas las personas sospechosas de haber votado al Frente Popular en febrero de 1936 y aterrorizar a la población.
La represión republicana contras las personas de derechas o sospechosas de colaborar con los golpistas fue espontánea y producto de la ira cuando se conocían las atrocidades cometidas por los fascistas en la zona bajo su dominio. Esta violencia republicana acabó con la vida de seis personas en San Roque y de doce de Jimena.
Por su situación geográfica y por la rapidez del triunfo de los sublevados, el Campo de Gibraltar se convirtió en el primer lugar de ensayo de la represión franquista, una represión planificada, sistemática y cruel que costó la vida a más de mil personas fusiladas en las tapias de los cementerios de los siete municipios.
Se cuentan aquí los fusilados sin causas judiciales, la gran mayoría, y los fusilados a partir de una causa sumarísima militar que las autoridades franquistas empezaron a aplicar en la zona con mayor normalidad a partir de principios de marzo de 1937.
El historiador algecireño José Manuel Algarbani ha conseguido elaborar un listado de 556 campogibraltareños que fueron fusilados, de los que se ha podido encontrar alguna confirmación documental. La mayoría de los investigadores aseguran que los fusilamientos durante la época del terror caliente, en la que no se hacían juicios ni se registraban por escrito las órdenes de matar, fueron tantos que para saber la cifra exacta de los muertos hay que multiplicar por tres la conseguida por registros documentales. Por eso decimos que en el Campo de Gibraltar los fascistas asesinaron a más de mil personas.
Los sublevados seguían una estrategia de represión que incluía el fusilamiento masivo y la razzia, al estilo usado años antes por el ejército español contra los marroquíes en la guerra del Rif: en cuanto ocupaban un pueblo empezaban los asesinatos y el terror para impedir posibles reacciones. Esta forma de actuar se emparenta con las teorías nazis de la guerra total o con ciertas prácticas de guerra colonial. La represión era algo más que violencia ciega y gratuita, tenían una clara función social destinada a la consolidación del nuevo régimen franquista.
Muchos de los fusilados en los primeros días de la ocupación de estos pueblos eran personas con poca o ninguna significación política puesto que gran parte de los alcaldes, concejales o dirigentes políticos republicanos había ya huido hacia otras poblaciones tras recibir noticias sobre los métodos represivos usados por los sublevados en La Línea o Algeciras. Los dirigentes de los golpistas en la comarca ponían así en práctica la orden de Queipo de Llano: “Serán pasado por las armas, sin formación de causa, las directivas de las organizaciones marxistas o comunistas que en el pueblo existan y en el caso de no darse con tales directivas, serán ejecutados un número igual de afiliados, arbitrariamente elegidos”.
Otras muchas personas fueron fusiladas al acabar la guerra, ya a partir de 1939, cuando regresaron a sus pueblos de origen pensando que nada malo les iba a ocurrir porque creyeron la promesa de Franco de que nada le pasaría a quien no tuviera las manos manchadas de sangre.
En Algeciras, los fusilamientos empiezan desde el principio. Los primeros detenidos eran conducidos a la cárcel de Escopeteros, que estaba situada frente al ayuntamiento. A la mayoría de funcionarios del cuerpo de carabineros, casi todos fieles a la República, los encerraron en el ruedo de la plaza de toros de La Perseverancia. Desde la cárcel los presos eran conducidos, al anochecer, en camiones hasta el cementerio. Allí los colocaban de espaldas a la pared Sur del camposanto y eran ejecutados. Primero con una descarga de fusiles y después con un disparo de arma corta en la cabeza. Así fueron ejecutadas más de 300 personas.
El número de asesinados también fue de más de 300 en La Línea, una ciudad que entonces tenía 35.000 habitantes. Como en gran parte de Andalucía, en La Línea, no hubo guerra civil. Sólo hubo una matanza perpetrada por militares contra civiles indefensos. Lo que hubo fue realmente un genocidio. En San Roque el número de fusilados de los que hay constancia documental es de 91 personas; en Los Barrios, 42; en Tarifa, 58; en Jimena, 85; y en Castellar, 24.

Represores.
Represores.

 

Panel de la exposición.
Panel de la exposición.

Miles de campogibraltareños huyeron al exilio
El avance franquista provocó en casi todas las poblaciones del Campo de Gibraltar un éxodo de centenares de personas, muchas de ellas sindicalistas, militantes de izquierdas y simpatizantes republicanos y sus familias hacia la provincia de Málaga. Muchos de ellos continuarían luego hacia Almería, Valencia, Cataluña o Francia. Más de 5.000 personas salvaron la vida entrando en Gibraltar, donde fueron acogidos en un campamento de refugiados en los terrenos del actual aeropuerto. Muchos de ellos partieron luego hacia el Norte de África, Francia, Inglaterra o América.
Otra de las consecuencias más visibles de la guerra y la represión de los sublevados contra la población civil del Campo de Gibraltar fue el elevado número de personas que huyeron de las ciudades y pueblos que caían en poder de los fascistas. Decenas de miles de personas salieron de sus casas y, con poco más que lo puesto, emprendieron un éxodo que los llevaría por caminos diferentes.Tres son las grandes rutas que siguieron: por la sierra hasta Jimena, que aún resistía en manos republicanas; por la costa hacia la provincia de Málaga; y hacia Gibraltar. La colonia británica tiene una larga historia de lugar de acogida para perseguidos políticos españoles, pues ya en el siglo XIX recibió puntualmente a los liberales que eran perseguidos por los gobiernos absolutistas de Fernando VII o sus sucesores. Pero el éxodo comenzado el 19 de julio no tiene parangón en esta historia.
Unas diez mil personas cruzaron la verja para refugiarse en el peñón según algunos historiadores, aunque el Gobierno británico afirma que sólo fueron 4.000. En cualquier caso las fotografías antiguas muestran las tiendas de campañas instaladas en los terrenos de lo que hoy es el aeropuerto, entre La Línea y Gibraltar, donde vivieron durante meses cientos o miles de personas que huían del terror fascista. El mismo día 19, que era feria en La Línea, llegaron los primeros linenses huyendo de los tiros y fusilamientos. Muchos se marchan por sierra Carbonera y la costa, camino de Málaga; otros se van al Peñón a nado o en barca desde las playas de la ciudad, y la mayoría llega corriendo por el que se denominaba entonces “campo neutral”, hasta entrar en Gibraltar.
Pasados algunos meses, muchos de los refugiados lograron salir de Gibraltar en barco hacia las ciudades que estaban en manos del Gobierno de la República, como Málaga, Valencia y Barcelona. Muchos se incorporaron a las filas de los distintos batallones de las milicias y del Ejército republicano. Es el caso de los batallones Fermín Salvoechea, anarquista, y Pablo Iglesias, de tendencia socialista. Otros partieron hacia Marruecos y la mayoría se instaló con sus familias en el Tánger internacional. Un tercer grupo entró por el puerto de Marsella en Francia y algunos partieron hacia Argentina o México, o entraron de nuevo a España para luchar contra el ejército franquista. Éste es el caso del maestro algecireño Rafael Candel, que acabó viviendo en la ciudad argentina Comandante Rivadavia, desde donde emitió el programa radiofónico Suspiros de España. Algunos terminaron combatiendo en la Segunda Guerra Mundial integrados en las tropas francesas y algunos acabaron en los campos de exterminio nazis.
Otro grupo, bajo la falsa promesa de los vencedores en la guerra de que no iban a ser represaliados, optó por regresar a sus pueblos. Casi todos fueron detenidos en la misma frontera y encarcelados. Quedó, además, un grupo de refugiados integrado por sindicalistas que permanecieron en Gibraltar hasta que murieron. Entre ellos estaban Manuel López Liaño, Francisco Carretero y Manuel Viñas, todos del sindicato anarquista pertenecientes CNT.
Acabada la guerra civil, todavía durante los años cuarenta fueron llegando a Gibraltar españoles que huían de la dictadura. Republicanos que se habían quedado escondidos y querían escapar a Gibraltar para luego ir a Gran Bretaña, guerrilleros que abandonaban la lucha para marchar al exilio, o presos que escapaban de las cárceles y campos de trabajo esclavo. El 6 de julio de 1939, diecisiete ex combatientes republicanos escaparon a nado desde las costas de La Línea, pero sólo llegaron al peñón dieciséis. Uno de ellos se ahogó a solo cinco metros de la orilla de Gibraltar. Los otros dieciséis llegaron con sus armas, pero uno de ellos también murió al poco de llegar a causa del esfuerzo físico realizado. Habían estado escondidos en las montañas cercanas a Málaga. La prensa británica dio cuenta de este incidente.
Las autoridades británicas en el peñón concedían siempre residencia para seis meses, tiempo insuficiente para regularizar del todo la situación, por lo que la mayoría de estos refugiados vivían temiendo ser fusilados si volvían a España. Algunas personalidades que buscaron refugio en Gibraltar fueron Nicolás Martín Cantal, último gobernador civil republicano de Granada, o Cristóbal Vera Saraiva, alcalde de Jimena de la Frontera en julio de 1936. Ambos llegaron a Gibraltar acabada la guerra y lograron exiliarse en Gran Bretaña.

Exilio de campogibraltareños.
Exilio de campogibraltareños.
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