El historiador gibraltareño Tito Benady ofrece una conferencia titulada La guerra vista desde Gibraltar. Esta intervención se enmarca en el ciclo Golpe, guerra y represión, organizado por la Asociación Casa de la Memoria para su emisión por internet y podcast a través de La Voz de la Memoria. Tito Benady tiene una larga trayectoria dedicada a la investigación y la publicación de artículos y libros como Memoirs of a Gibraltarian (1905-93).
Transcripción de la conferencia
Me acuerdo muy bien de aquel domingo 19 de Julio de 1936, el día después de que estalló la guerra. Yo acababa de cumplir 6 años, y cuando íbamos a la playa escuché a los mayores decir que hubo problemas en la feria del La Línea, la noche anterior. Fuimos a la playa de Levante que en ese tiempo era poco frecuentada por los gibraltareños. Pusimos nuestra sombrilla y a una distancia de 200 metros otra familia puso la suya. Aparte de eso, la playa estaba desierta.
De pronto empezaron a llegar botes de remos de los pescadores de La Atunara y vimos mucha gente saltar a tierra. En media hora la playa estaba llena de gente; y había llegado un policía en bicicleta, que vio lo que ocurría desde su puesto en La Caleta, pero no podía impedir los desembarcos que continuaban. Aparentemente había tanta gente tratando de escapar de los acontecimientos en La Línea que el bullicio en la entrada terrestre de Gibraltar fue considerable y la policía de Gibraltar la cerró. Por eso, muchos acudieron a los pescadores para que les llevaran a la playa de Levante.
En poco más de media hora empezaron a llegar familias y conocidos de los refugiados, con coches, taxis y coches de caballo para llevarlos y su equipaje. Algunos, que no tenían conocidos en Gibraltar, los vi el lunes por la mañana, que habían pasado la noche en el patio de la bolsa (hoy el parlamento), y les habían traído mantas y cojines para acomodarlos. En ese tiempo la confitería de Amar estaba en la piazza, y el dueño, Macky Benzimra, gran partidario de la republica y de los socialistas españoles, les trajo pan fresco y café para que los que se refugiaron allí pudieran desayunar.
El lunes, el ejército británico levantó unas tiendas de campaña en el hipódromo y aquellos refugiados que no encontraron otro alojamiento fueron transferidos a ellos, y también se estableció una cocina con personal voluntario para darles de comer.
La reacción oficial británica fue correcta pero el sentimiento del estamento militar y civil estaba muy a favor de los insurgentes. Por más de cien años los gobernadores militares de Gibraltar habían controlado muy estrictamente el crecimiento de la población civil por miedo a que si se aumentaban los números esto afectaría a la defensa de la fortaleza. Había ahora 8.000 refugiados y aunque el gobierno y los gibraltareños en general hicieron todo lo posible para ayudarlos y muchos con cargos oficiales, incluyendo el gobernador participaron en las recogidas de dinero que se hicieron para ayudar a los refugiados, en pocos días hubo presión sobre ellos para que regresaran a España. En pocas semanas el número de refugiados fue reducido a la mitad.
Muchos se fueron a Málaga, y pocos meses después tuvieron que escapar de la ciudad y andar hasta Almería. El deseo de las autoridades de Gibraltar de reducir considerablemente el flujo de refugiados era tan fuerte, que hasta giannitos que usualmente tenían sus casas en La Línea fueron presionados para volver con promesas del jefe de la policía especial de Gibraltar de que allí no pasaba nada. Al volver encontraron sus casas invadidas y ellos asaltados por personas que conocían sus ideas liberales.
La mayoría de la población civil estaba a favor del legítimo gobierno de la republica, pero el estamento militar favorecía a los insurgentes. A pesar de los años de guerra durante el siglo XVIII, los acontecimientos de las guerras de la revolución francesa cambiaron los sentimientos de los oficiales de ambas partes. La actuación conjunta en la Guerra de la Independencia que los ingleses llaman The Peninsular War, tuvo mucha influencia en la amistad que formaron entre si.
En un reporte que hizo a Ernest Bevin, el secretario general de la Transport & General Workers Union el 9 de octubre 1936, Agustin Huart, se quejó de las facilidades que el gobierno de Gibraltar le había dado a los insurgentes, desde el periodo en que estaban preparando sus tramas, y usaban Gibraltar como punto de contacto, hasta la ayuda abierta que les dio después de comenzar el conflicto, y se refiere a un centro de encuentros e información en una casa llamada Vista Alegre, ocupada por sacerdotes jesuitas españoles.
Indudablemente los ataques a la Iglesia tuvieron mucha influencia en algunos creyentes. Pero su fe les cegaba a la hora de reconocer la política medieval que llevaba la iglesia en España bajo la dirección del cardenal Segura que quería volver al siglo XVI con la Iglesia controlando tanto la vida privada como la eclesiástica. Incluso el Vaticano no estaba de acuerdo con sus ideas y le destituyo del arzobispado de Toledo en 1931. Pero su apoyo dentro de España era tan fuerte que en septiembre de 1937 fue instalado como arzobispo de Sevilla, aunque en 1954 el Vaticano tuvo que destituirle una vez más, esta vez a la fuerza.
Los acontecimientos relacionados con la marina española tuvieron mucho efecto entre los oficiales en Gibraltar. Los oficiales navales españoles no tuvieron parte en la preparación de la insurrección, pero al conocer los hechos decidieron en gran parte adherirse a la sublevación. Al enterarse las tripulaciones, la mayoría se amotinaron, y terminaron con matar a los oficiales. Cuando la escuadra republicana entró en Gibraltar buscando combustible, se les pidió que soltaran a los oficiales, pero como eso ya no era posible se rechazó su petición. La muerte de tantos oficiales, muchos de ellos conocidos por los marinos ingleses, causó una reacción muy fuerte en un puerto naval como Gibraltar.
Aunque la mayoría de los gibraltareños apoyaban a la república había un sector amplio que apoyaban a los insurgentes. Las noticias que llegaban diariamente de los asesinatos y asaltos a personas que ocurrían en el Campo de Gibraltar y la forma en que las mujeres eran tratadas en la frontera calentaban los ánimos, y causaban muchos desórdenes entre los dos bandos. Era tanto el alboroto que a veces se formaba, que la policía local no podía mantener orden, y se creó un cuerpo especial de 150 voluntarios para ayudarles. El jefe de esta organización era un simpatizante de los rebeldes e indudablemente era usado por el gobierno de Gibraltar para mantener contacto con las nuevas autoridades en el Campo.
Yo era un niño y no vi las peleas que a veces se formaban. Pero me acuerdo que un día mi padre amaneció con un ojo como una berenjena. Había ido al Embassy Bar (un club nocturno) y había dicho en voz alta lo que pensaba de Franco y su pandilla. Un gibraltareño que le escuchó se incomodó y le asaltó. Diariamente circulaban historias de los asesinatos y asaltos cometidos en La Línea y otras partes del Campo y lo que hacían en la aduana a señoras que habían cometido alguna pequeña infracción – generalmente se les rapaba la cabeza, o les administraban una dosis de ricino que los giannitos y linenses llamaban “aceite gastor”.
Indudablemente comerciantes de Gibraltar incluyendo la Bland Shipping Line hicieron negocios con los insurgentes y hubo algunos que ganaron bastante dinero. En general las mercancías que les procuraban eran cosas que les ayudaban como combustibles, comida y coches, pero no se conoce que suplieron armamentos o pertrechos de guerra. Sabemos que barcos de Bland hicieron algunas carreras de Melilla a Cádiz, pero no hay información sobre lo que transportaban.
Pero no a los insurgentes solo. El vapor Endymion de la naviera Verano Brothers fue hundido por un submarino italiano cuando se encontraba anclado fuera del puerto de Valencia.
A pesar que Inglaterra oficialmente aplicaba normas de no-intervención en el conflicto se conocen casos en los que las autoridades de Gibraltar les dieron ayuda específica contra la ley de Gibraltar. Los grandes transatlánticos italianos como el Rex y el Conte di Savoia, que hacían la carrera de Génova a Nueva York frecuentemente paraban e Gibraltar, y en los primeros meses de la contienda trajeron personal militar italiano a quienes desembarcaban en Gibraltar. Y si llegaban tarde, la frontera, que bajo las leyes de Gibraltar se cerraba a las 10 de la noche (con excepción de los días de la feria de La Línea) se abría para dejar a los italianos pasar.
El estrecho de Gibraltar en todo este tiempo tuvo un valor estratégico muy importante, especialmente en los primeros meses. Los navíos en manos de tripulaciones, que se habían amotinados para conservarlos al servicio del gobierno legal, primero se anclaron en aguas cerca de Gibraltar, y los ingleses les obligaron a irse por temor a que una contienda pudiera causar bajas y destrozos en Gibraltar, Entonces, la escuadra gubernamental, que estaba compuesta por el acorazado Jaime I, los cruceros Libertad y Cervantes, siete destructores y unas embarcaciones menores, anclaron en Tánger. Desde allí no podían montar un bloqueo efectivo. El 5 de agosto, un destructor gubernamental que patrullaba al Estrecho fue atacado por aviones insurgentes, y así se abrió el paso para que un convoy de tres barcos mercantes escoltados por el cañonero Dato pasara desde Ceuta a Algeciras. El otro único destructor que se encontraba en el Estrecho fue forzado a desistir por el Dato. Esta operación, que fue a medio día, se vio claramente desde Gibraltar y me acuerdo haber visto el bombardeo desde la azotea de mi casa.
Los insurgentes ya controlaban los puertos de ambos lados del Estrecho y mantuvieron un bloqueo sin incidentes hasta agosto de 1938. En ese mes, el destructor republicano, José Luis Díez, que se quedó en el norte protegiendo la costa Asturiana, se refugió después de la caída de Gijón en octubre de 1937 en Falmouth, y de allí fue a Le Havre, adonde estuvo varios meses en reparación.
Salió de Le Havre el 20 de agosto de 1938 para incorporarse a la flota republicana basada en Cartagena. Los fascistas esperaban al Díez en el Estrecho con casi toda su flota, que constaba de tres cruceros, dos destructores y dos mineros. Tratando de pasar el Estrecho de noche, el Díez fue alcanzado por una bala de 205 mm disparada por el crucero Canarias, que abrió una brecha grande en el costado. Entró en Gibraltar para reparar la avería, pero el arsenal naval rehusó su ayuda. Después estuvo unos meses atado a una boya cerca de Coaling Island, mientras que una compañía privada francesa llevaba a cabo las reparaciones. Las obras se hacían detrás de una lona para que no se supiera cuándo el barco estaba listo para salir. Cuando las reparaciones concluyeron, el capitán decidió salir el 31 de diciembre de 1938 y enfrentarse a la considerable flota enemiga que le esperaba en el Estrecho. Pero Leopoldo Yome, gran simpatizante de los nacionalistas y después vice cónsul de España en Gibraltar, lo vio salir y lanzó una bengala desde Punta de Europa, que era la señal arreglada.
Al llegar a punta Europa el Díez fue atacado por cuatro navíos fascistas. El minero Vulcano se acercó tanto que el torpedo disparado por el Díez la pasó por encima de la cubierta, y los dos barcos chocaron. Una bala del cañonero Calvo Sotelo alcanzó al Díez en la maquinaria y el destructor terminó encallando en la playa de la Caleta de los Catalanes, donde lo vi yo al día siguiente.
Un destacamento militar británico entonces lo abordó y tomó posesión del destructor. Barcos de salvamento británicos lo llevaron el día siguiente al arsenal de Gibraltar, donde se quedó hasta que fue remolcado a Algeciras el 25 de marzo de 1939, después de la victoria de Franco. La tripulación fue alojada por un tiempo en un cuartel en Windmill Hill.
Los acontecimientos de la Guerra Civil dejaron una marca indeleble en la psicología del pueblo de Gibraltar que no podía aceptar la posibilidad de un entendimiento con una nación en que la derecha, con toda su historia pudiera llegar al poder. Esto sentido también es impulsado por la falta de una política coherente en los últimos 80 años. Hoy, el gibraltareño, aunque parte de su cultura es española se siente mucho menos español que se sentía en 1936.