Neurólogo, psiquiatra, miembro de la Real Academia Española con la letra Q de San Roque, localidad en la que nació el 15 de octubre de 1922 Carlos Castilla del Pino, son títulos y cargos en los que se suele incidir en los textos que abordan su biografía, anteponiéndola a su faceta como escritor y ensayista. Y en parte es lógico que así sea, pues el Carlos Castilla del Pino profesional de la medicina ocupa un merecido lugar entre los más destacados científicos de nuestro país. La disciplina psiquiátrica actual le reconoce a Carlos el ser uno de los pioneros y reformadores de esta rama científica en España, y todo aquel que a partir de la segunda mitad del siglo XX haya padecido trastornos y problemas mentales, ha de estarle agradecido por contribuir a transformar y revolucionar los métodos y tratamientos, en muchos casos caducos y vejatorios, que se practicaban con anterioridad.
Sin embargo, en esta ocasión, en este artículo, queremos reivindicar y realzar su faceta como escritor y articulista. En la Biblioteca y Archivo de la Casa de la Memoria contamos con algunos ejemplos que dan buena fe de ello. Nos referimos en especial a los dos tomos de sus memorias publicadas por Tusquets en 2005: Pretérito imperfecto: autobiografía (1922-1949) y Casa del Olivo: autobiografía (1949-2003). Como prologuista también participó en las ediciones de Andaluces en los campos de Mauthausen, de Sandra Checa (2006); Psicoanálisis y política, de Herbert Marcuse (1970) y Libro de memorias de Lorenzo Valverde (2003).
Recomendamos encarecidamente la lectura de este primer libro de sus memorias, Pretérito imperfecto, pues además de disfrutar de su sobrio pero exquisito dominio de la escritura y los tiempos narrativos, nos sirve de trampolín de la memoria histórica para sumergirnos en el San Roque de los años veinte y treinta del pasado siglo. Es un retrato fiel, y a veces demoledor, aún partiendo de la subjetividad que impone una autobiografía, de la clasista sociedad sanroqueña, la misma que se daba y repetía, por otra parte, en los demás pueblos y ciudades; y de los episodios históricos que desembocaron en el golpe militar del 18 de julio de 1936.
El niño y adolescente que era Carlos Castilla del Pino en aquellos años vivió con perplejidad y terror los sucesos posteriores a la sublevación fascista. Su familia, de posición conservadora y perteneciente a una élite acomodada, fue prácticamente la única en san Roque que sufrió represalias, incluidos fusilamientos, tras la intentona fracasada de recuperar la localidad por parte de milicianos procedentes del sector Manilva-Estepona. Pese a estos hechos dramáticos, en las siguientes décadas Carlos Castilla se iría posicionando en planteamientos políticos opuestos a los que por su condición social heredó de su familia y entorno, militando en el Partido Comunista de España hasta 1980. Supongo que esta deriva se debió quizá a su sentido innato de la justicia y a su profunda sensibilidad que se pueden extraer de la lectura de dicha obra, además de a los contactos e influencias que recibiría una vez que se traslada a Madrid para continuar con sus estudios.
Su labor como articulista en varios medios fue también prolífica, pero nos queremos centrar hoy en una de sus colaboraciones en la revista Triunfo, publicación que fue fundada en 1946, y que a partir de los años sesenta acabó convirtiéndose en lugar de encuentro y referencia de buena parte de la intelectualidad de la izquierda española. Aprovechamos la ocasión para trasladarle nuestro agradecimiento a Juan García del Castillo, que en 2016 donó a la Casa de la Memoria la colección completa, y encuadernada en varios tomos, de dicha revista.
El artículo Gobernar y mandar fue escrito en septiembre de 1976, a menos de un año de la muerte del dictador. Se trata de un artículo valiente, directo, en el que en un tono mordaz pero respetuoso, se dirige, aunque sin nombrarlo, al Presidente del Gobierno por aquellas fechas: Adolfo Suárez González. Presidente del Gobierno, recordemos, designado sin previas elecciones el 3 de julio de 1976 por el rey Juan Carlos I; quien a su vez sería designado, recordémoslo también, como Jefe del Estado, sin consulta ni consentimiento popular, por mandato dictatorial de Franco.
Es en este contexto en el que se ha de enmarcar el artículo de Carlos Castilla del Pino, donde comprobarán que al señor Adolfo Suárez parece ser que no le queda muy clara la diferencia entre gobernar y mandar, un curioso matiz que tanto a él como a su Rey, añado, no quieren o saben distinguir puesto que “… experiencia de mando la posee(n); de mando delegado, de un mandar, a su vez, mandado y fielmente obedecido“.
Transcribimos a continuación el artículo y que cada cual saque sus propias conclusiones:
El señor Presidente del Gobierno ha dicho al entrevistador del Paris Match, aparte otras cosas motivadoras de estupor, esta frase lapidaria: “La oposición no tiene experiencia alguna de gobierno”.
¿Quién puede discutir tal aseveración? La frase tiene la forma lógica que se denomina coloquialmente “de perogrullo”, es decir, de innecesaria evidencia. En efecto, nadie que esté lo que se dice en sus trece tiene duda acerca de que durante el franquismo gobernó jamás la oposición antifranquista. Pues no faltaba más. Es cierto que hay señores que nos advierten, sin la menor connotación humorística, que la dictadura franquista no fue tal, y que nada más lejos del talante del general Franco que el talante de dictador. Como yo no conocí al general Franco no puedo discutir si esto que se dice acerca de su talante es verdad o falsedad. Lo que sí afirmo, con toda cautela desde luego, es que, si era verdad que no tenía talante de dictador, sabía disimularlo. Pero, en fin, no se trata ahora de esto. Nada descubro, ni siquiera a mis compatriotas más jóvenes que yo, si les recuerdo que durante el franquismo a lo más que tuvo acceso la oposición fue a la experiencia de su precaria experiencia, y sabido es que apenas intentaba emerger era de nuevo sepultada por procederes de muy disparcialidad, incluidos los extremosamente persuasivos.
Pese a la formulación evidentísima del señor Presidente, su frase es, por generalizada, inexacta. Queda algún que otro componente de la oposición que sí, que gobernó y, por tanto, que tiene experiencia de gobierno. He aquí, por ejemplo, al señor Gil Robles; y no entro a dirimir ahora si, desde mi punto de vista, su gobernación fue buena o mala, incluso si de ella misma, como polvo que era, derivaron estos últimos y penúltimos lastimosos lodos. Aparte esta excepción (y quizá alguna otra en la que no caigo en este instante), es en efecto cierto que la oposición no gobernó. Pienso que al señor Presidente del Gobierno, que con la mayor probabilidad no es de la oposición, debióle ocurrir lo mismo, a saber: que antes de gobernar no gobernaba y, en consecuencia, que antes de gobernar no tenía experiencia alguna de gobierno. Aún cuando sus biógrafos nos hablan de sus tempranas, precoces aspiraciones a esta noble tarea del gobierno de gentes, es de imaginar que allá por la fecha en que llevara a cabo su Primera Comunión, el señor Presidente no debía tener experiencia alguna de gobierno; que, naturalmente, seguía sin tenerla en el punto y hora en que comenzó a gobernar, y, finalmente, que la adquirió gobernando. Es exactamente lo que me ocurrió a mí cuando decidí andar; nada sabía de este quehacer antes de iniciarlo, y ‒¡oh, prodigio!‒ aprendí a andar andando.
Pero toda esta disertación tiene sentido en el supuesto de que el señor Presidente y yo nos refiramos a lo mismo cuando usamos la palabra “gobernar”. ¿Gobernar el señor Presidente del Gobierno? ¿experiencia de gobierno hoy el señor Presidente? Me temo que el señor Presidente haga sinónimos “gobernar” y “mandar”; yo, desde luego, no. Mandar, sí que ha mandado el señor Presidente desde sus años mozos, y experiencia de mando la posee en abundancia; de mando delegado, de un mandar, a su vez, mandado y fielmente obedecido. Pero gobernar, no. Gobernar es otra cosa, de la cual el señor Presidente y yo, que soy más viejo que él, podemos saber por los libros, pero no de otra manera, por la sencilla razón de que ni a él ni a mí se nos dejó saberlo de verdad, es decir, practicarlo. Y cuando digo esto no me estoy refiriendo al saber gobernar desde los altos puestos, sino de una modesta forma, aquella a la que yo personalmente aspiro, y que consiste en la facilísima, periódica y nada esforzada tarea de depositar un papel en el interior de una urna. Fíjese el señor Presidente cómo llevo razón: ni por él la descalificada oposición, ni él mismo, ni yo tenemos experiencia alguna ni siquiera de esa forma elemental de gobernación que caracteriza al ciudadano, impelido a ejercer ese derecho de ciudadanía consistente en elegir sus gobernantes. Unos gobernantes no para mandar, que esos no precisaron nunca ser elegidos, sino para gobernar, es decir, para obedecer a los que le eligieron.