“Cuando la guerra de España, vinieron por la calle llevándose a todas las mujeres. Y se llevaron a mi madre y ya no la pudimos ver más (…). Cuando la mataron, ella tenía treinta y siete años y yo tenía catorce. Nosotros lo único que sabíamos es que a casa venía y daba mítines la gente del Socorro Rojo”. Este relato del hijo de María Reyes Ramos, una mujer de La Línea que fue asesinada en 1937 por los franquistas por haber aparecido su nombre en un listado de socios del Socorro Rojo Internacional, lo recoge la antropóloga y escritora Beatriz Díaz Martínez en su nuevo libro. Sumario 301 contra Milagros Ruiz López y trece más es el título de esta obra que ha editado el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar dentro de la colección de monografías creada por esta asociación en el marco del convenio con el Gobierno de la Roca. La tragedia de María Reyes pone de manifiesto la persecución a la que fueron sometidas las mujeres linenses que supuestamente colaboraron con esta organización de ayuda humanitaria impulsada por la Internacional Comunista, aunque no a todas les arrebataron la vida. El libro de Beatriz Díaz se centra en las 14 que fueron sometidas a consejo de guerra sumarísimo de urgencia acusadas de pertenencia al Socorro Rojo pero que no fueron fusiladas. Sus nombres aparecían en la lista de asociados descubierta en un registro domiciliario. A finales de 1936 fueron detenidas y encarceladas en la prisión provincial de El Puerto de Santa María, y al año siguiente el Consejo de Guerra Permanente de Cádiz inició contra ellas un juicio sumarísimo. El título del libro responde al número con el que quedó registrado este procedimiento, cuyo original se custodia en el Archivo del Tribunal Militar Territorial 2 de Sevilla. La reproducción de este expediente se la hizo llegar a la autora el historiador José Luis Gutiérrez Molina, que es miembro del comité científico de la Asociación Casa de la Memoria.
Antes de enfrentarse a la lectura de este procedimiento sumarísimo, Beatriz Díaz había tenido la experiencia personal de conocer aquel al que fue sometido su abuelo paterno, Enrique Díaz, por haber pertenecido a la masonería, así como a los de varios campesinos campogibraltareños acusados de colaborar con la guerrilla antifranquista, algunos de los cuales terminaron siendo fusilados. Para la autora, “su lectura me dio luz sobre la impunidad y falta de rigor en los procedimientos, y sobre la imposible defensa de los acusados y el condicionamiento de sus declaraciones”. La frialdad que destilan estos papeles, con su secuencia repetida de informes de guardias civiles, jefes falangistas y alcaldes franquistas, diligencias de jueces militares y declaraciones de testigos y procesados, no llevan a otro camino que al de la desoladora constatación de la fragilidad a la que habían sido llevadas unas vidas dependientes de una arbitrariedad monumental.
Beatriz Díaz se sumerge en el sumario de estas catorce mujeres con “respeto y reconocimiento a sus vidas y a las de sus familiares y amistades, dado el largo e injusto silencio impuesto sobre ellas”. Y la forma de hacerlo no es la habitual en los libros que han ido floreciendo en los últimos años sobre esta “justicia al revés” que sufrieron miles de republicanos españoles que vieron cómo quienes se rebelaron contra la legalidad acusaban de rebelión a quienes la habían defendido. La autora se introduce en los pormenores de las imputaciones que pesaban sobre las procesadas atendiendo, con ojos de antropóloga, a los significados de los detalles formales que se encierran en los folios gastados y envejecidos del expediente judicial –por más que ella los haya analizado en copias digitalizadas–, y tras desvelar los recovecos tétricos del absurdo universo administrativo al que se vieron sometidas, se acerca a cada una de ellas para darles el protagonismo de vida que los represores procuraron laminar.
La autora muestra el brusco contraste entre cómo vivieron estas mujeres su colaboración con una organización humanitaria como el Socorro Rojo en tiempos de la República y cómo la justicia franquista interpretó a posteriori lo que no había sido sino una generosa actitud vital en favor de los más desfavorecidos. Así de sencilla fue la primera declaración judicial de Milagros Ruiz: dijo que “la animaron a apuntarse al Socorro Rojo para que sus hijos pudiesen ir a una escuela gratuita”. Quien lea este libro se encontrará con paradojas tan dramáticas como la enunciada por la procesada que encabeza el listado de estas perseguidas.