El 24 de octubre es el día de las bibliotecas, y desde la Casa de la Memoria nos gustaría sumarnos a esta iniciativa cumpliendo con el principal de nuestros objetivos, pasando las páginas de ese libro del cual todos somos a la vez autores y personajes; haciendo, como no podía ser de otra manera, memoria.
Pero antes de nada, y a modo de introducción, nos complacería que visualizaran las siguientes escenas: Una humilde escuela de pueblo en la que el maestro sorprende y alborota a la clase porque en vez de repasar ese día la gramática continúan con la lectura de Robinson Crusoe. Un curtido labrador que el domingo en la cantina se esfuerza por entender las últimas técnicas de riego del manual que le han prestado. Un joven empleado municipal pero aspirante a poeta que a la hora del café se maravilla con los versos de Juan Ramón Jiménez. O, por último, una familia reunida a la luz de un quinqué mientras el padre, el único que sabe leer, prosigue con el segundo capítulo de La Barraca, de Vicente Blasco Ibáñez.
Todas estas escenas tienen lugar en pequeñas aldeas y pueblos apartados de la empobrecida geografía rural española, en hogares donde aún no ha llegado la luz eléctrica ni disponen de grifos, y donde el mínimo contacto o relación que pudieran tener con las ciudades y la Administración les llega a través del cartero o de la pareja de la Guardia Civil. Todas estas escenas en torno a un libro, situémoslas ya en un tiempo, difícilmente hubieran sido posibles antes de 1931, año que marca un antes y un después en cualquier manual de historia justo y sensato, año en que se proclama la Segunda República.
Ese manual de historia nos informaría sin duda de los nuevos y necesarios vientos que recorrieron el país para tratar de limpiar y ventilar la enrarecida y malsana situación política, social y económica provocadas por la etapa anterior, pero por ahorrarle tiempo al lector vamos a buscar directamente en el índice el apartado que nos interesa y del que va a tratar este artículo: la labor cultural y educativa producida por las bibliotecas de las misiones pedagógicas, y en concreto las acciones llevadas a cabo en la provincia de Cádiz.
Artículo. 48. El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada…
Era la primera vez que en España el acceso a la cultura y a la educación era considerado como una necesidad vital para el desarrollo de la ciudadanía, como un bien común. Así lo recogía la Constitución de 1931, libro que por desgracia y que como todos sabemos tuvo una vida demasiado corta. Y no era para menos que fuera uno de los objetivos primordiales del nuevo régimen, pues ese año la tasa de analfabetismo superaba el 44%, y el libro como tal no era un objeto habitual en el resto de población que sí sabía leer. El periodista y diputado por Acción Republicana Luis Bello, plasmó en sus artículos un triste escenario cuando entre 1926 y 1929 recorrió el país para informar del estado de las escuelas. Esto es lo que vio a su paso por la provincia de Cádiz:
… En toda la provincia sólo hay dos edificios construidos para escuelas. Uno en San Fernando; otro en Jerez… En resumen hay 40 maestros y maestras para una población de cien mil habitantes, y harían falta más de ciento… Las congregaciones y los colegios particulares suplen esta deficiencia educando unos mil quinientos niños; pero quedan más de tres mil por las calles sin escuela…
El panorama de las bibliotecas no era mucho mejor. En 1934, 127 ciudades de más de catorce mil habitantes carecían de bibliotecas; entre ellas, en la provincia de Cádiz: Algeciras, La Línea de la Concepción y Sanlúcar de Barrameda.
Para tratar de buscar un final medianamente feliz a este injusto cuento de nunca acabar se crearon el Patronato de Misiones Pedagógicas y la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros. El primer organismo dotaba de colecciones a las escuelas de pequeñas poblaciones, a la vez que llevaba a cabo una labor pionera y fundamental con la extensión cultural: conferencias, lecturas públicas, proyecciones de películas, audiciones musicales, sesiones de teatro y guiñol, exposiciones de pinturas por medio de museos ambulantes, etc. El segundo, la Junta de Adquisición, era la encargada de la creación de bibliotecas en municipios más grandes.
Este proyecto por el que se aspiraba a igualar el acceso a la cultura y a la educación no surgió de la noche a la mañana. El antecedente más revelador lo encontramos en el pedagogo y escritor Francisco Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza, del que nos enorgullecemos de disponer en nuestra biblioteca de su obra completa, publicada por Espasa-Calpe entre 1916 y 1936. Pero existen otros precedentes seguramente más desconocidos y anónimos; nos referimos a esa actividad callada pero constante de los sindicatos y casas del pueblo por reunir en sus locales libros, folletos, prensa, gracias a los cuales muchos obreros y campesinos aprendieron a leer y a entender mejor el mundo que les rodeaba. En este sentido quisiéramos hacer mención especial a la figura del grazalemeño José Sánchez Rosa, precursor del anarquismo en la provincia de Cádiz, creador de escuelas racionalistas y bibliotecas para los trabajadores y los hijos de estos. Esta figura clave en nuestra historia social, que solía decir que la libertad y la paz del pueblo están precisamente en los libros, y no en las armas, encontró su final en el fatídico verano de 1936 precisamente por las que portaba el fascismo golpista. Tomemos aire y pasemos la página.
¿Cómo funcionaban estas misiones pedagógicas, en qué consistían? El primer paso lo daban los ayuntamientos o instituciones interesadas, que debían elaborar un informe con propuesta con numerosos datos sobre la geografía del lugar, su economía, la distribución de sus habitantes, el estado de las escuelas, las comunicaciones, etc. Una vez aprobada la propuesta la misión se trasladaba al pueblo, y esta podía durar entre uno y quince días según fueran las actividades planificadas, que se realizaban al caer la tarde cuando se daban por finalizadas las faenas laborales, en la plaza o en cualquier local disponible. Cuando se terminaba la visita se le entregaba al maestro una pequeña biblioteca para la escuela, que no sólo era utilizada por los pupilos; los libros también estaban disponibles para préstamo para los adultos del pueblo, por lo que se rentabilizaba bastante la colección. Figura elogiable la del maestro, pues sin recibir ningún estipendio a parte, se encargaba de realizar dichos préstamos y de cumplimentar las estadísticas de lectura. En definitiva, eran los bibliotecarios y enlaces con el Patronato.
Al servicio de bibliotecas, que recordemos era uno más de los ofertados por las Misiones Pedagógicas, se destinaba el 60% del presupuesto total. Gracias a estas cifras se consiguió repartir y crear 5.522 bibliotecas, que sumaban unos seiscientos mil volúmenes en más de siete mil pueblos y ciudades. Como sospecharán, estas cifras e iniciativas fueron torpedeadas y obstaculizadas por los partidos conservadores cuando gobernaron y por las autoridades caciquiles. Si al enfrentarse a la Reforma Agraria paralizando las cosechas y creando paro se dirigían a los campesinos al grito de ¡comed República! ¿qué eslogan hubieran proferido o proferían contra estas actividades? Tomemos aire y pasemos la página.
En la provincia de Cádiz se abrieron durante la República veintiocho bibliotecas. Número nada despreciable si tenemos en cuenta que el Patronato de las Misiones Pedagógicas daban preferencia a los municipios con menos de cinco mil habitantes, población que superaba buena parte de las principales ciudades de nuestra demarcación. Las beneficiadas fueron las siguientes: Alcalá de los Gazules, Algeciras, Benaocaz, Bornos, Cádiz, Grazalema, Jerez de la Frontera (10), La Línea de la Concepción (2), San Fernando, Sanlúcar de Barrameda, San Roque, Trebujena (2), Ubrique y Villaluenga del Rosario.
En este último pueblo serrano, Villaluenga del Rosario, se puso en marcha la primera misión cultural de la provincia entre el 3 y el 14 de octubre de 1933, contando con la ayuda del ayuntamiento y del Ateneo de Jerez. Su principal impulsor fue Pedro Pérez Clotet, poeta local que figura en la nómina de los del 27, al que al parecer le echó una mano otro insigne vate de esta generación poética, nada más y nada menos que Luis Cernuda, estrecho colaborador del Patronato. Resulta curioso como dos personas comprometidas con el mismo fin social tuvieron años después destinos tan dispares. Cernuda en el exilio americano; Pérez Clotet convirtiéndose en un escritor afín al franquismo.
Otra experiencia a destacar por último fue la creación de las bibliotecas circulantes, los actuales bibliobuses, que cumplían con uno de los principios que deberían ser fundamentales para todas las bibliotecas, acercar y facilitar la cultura y el ocio lo máximo posible, salir a la calle en busca del lector. Numerosas ciudades de la provincia gaditana vieron circular este extraño pero tan indispensable vehículo.
En la Casa de la Memoria aún no nos hemos planteado motorizar nuestra biblioteca, pero todo se andará, o mejor dicho, se circulará. Mientras tanto, seguimos trabajando con el mismo aliento e ilusión que impulsaron a estas bibliotecas de la República y del pueblo, ofreciendo nuestros más de cinco mil volúmenes a todo aquel que quiera conocer nuestra reciente historia y forjarse una opinión propia. Pensándolo bien, el conocimiento y el puro disfrute de la cultura son los caminos que mejor y más rápido nos aproximan a sentirnos libres.
¡Vivan los libros y las bibliotecas!