La sección ‘El escaparate de libros’ del proyecto “Memoria y exilio transoceánico”, sobre la Casa de la Memoria y el exilio andaluz en Argentina, patrocinado por Iberoarchivos, se inicia con la obra colectiva Exilio, que sirvió de catálogo de una exposición celebrada en 2002 en el Palacio de Cristal de Madrid y que forma parte de los fondos bibliográficos de la Biblioteca Javier Núez Yáñez de la Casa de la Memoria La Sauceda con el número 1766 de su catálogo. En esta obra, que fue coordinada por Virgilio Zapatero, se incluye un estudio titulado “El exilio español en la Argentina”, de Dora Schwarstein, con el que se pretende enmarcar, con carácter general, el contexto histórico del fenómeno de los refugiados republicanos andaluces en el país sudamericano.
En este texto la autora aclara que “la atracción privilegiada de la Argentina como lugar para escapar a los avatares de la guerra se explica por los fuertes lazos intelectuales que se habían desarrollado con España durante las décadas anteriores a 1936, así como por la presencia de una numerosa comunidad española inmigrante, sobre todo en Buenos Aires. Sobre el primer aspecto cabe destacar el papel de la Institución Cultural Española fundada en 1914 por el doctor Avelino Gutiérrez, cuyo objetivo era poner en contacto a la intelectualidad argentina con la producción científica, artística y literaria española. Muchos de los intelectuales españoles que se vieron obligados a marchar al exilio tras la sublevación militar contra la República eligieron Argentina como destino merced a los lazos que ya habían establecido con el país latinoamericano.
Los datos globales del exilio republicano indican que a finales de 1939 permanecían refugiados en Francia 140.000 españoles y otros 42.000 estaban distribuidos entre África del Norte, Unión Soviética, otros países europeos y América.
Desde Latinoamérica se emprendieron actuaciones de apoyo al exilio republicano español, como la protagonizada por el Gobierno de Lázaro Cárdenas en México, una acogida limitada en Santo Domingo y la acción del cónsul de Chile en Paris, Pablo Neruda, para llevar a su país a un número significativo de refugiados.
Para el caso concreto de la actitud de Argentina con respecto al fenómeno del exilio republicano español, Dora Schwarstein explica que el Gobierno derechista del general Justo se identificó con la sublevación fanquista e impuso en 1938 una politica restrictiva para el ingreso de extranjeros en el país. Sin embargo, la autora aclara que junto a esta actitud de restricción, Argentina defendió al mismo tiempo la doctrina del derecho de asilo. Se trataba de una política dual que permitió, paralelamente al reconocimiento oficial del régimen de Franco, una política benevolente de aceptación del exilio español “sobre una base regional”. Así, por ejemplo, en 1939 se creó el Comité Pro-Inmigración Vasca, para presionar al Gobierno de cara a facilitar la acogida de migrantes vascos.
Desde otro punto de vista, la autora subraya que la guerra de España contribuyó a aglutinar a los partidos argentinos opositores al Gobierno. Las organizaciones liberales y de izquierda mostraron su simpatía por la causa republicana.
Así, el Partido Radical identificó el alzamiento golpista español con la sublevación armada argentina que acabó con el Gobierno legítimo de Hipólito Irigoyen, elegido en 1930; el Partido Socialista y la Confederación General del Trabajo defendieron al Gobierno de Madrid y organizaron ayuda material; el Partido Comunista canalizó su apoyo a través de la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española (FOARE); el Partido Demócrata Progresista puso de manifiesto también su simpatía por los republicanos.
Junto a ello, la presencia desde décadas anteriores de una importante comunidad española inmigrante y la simpatía que la causa republicana se granjeó entre amplios sectores sociales argentinos propiciaron una movilización popular en favor de la República.
La articulista añade que los exiliados republicanos llegaron a Argentina en sucesivas etapas desde 1939:
- Quienes llegaron a Argentina poco antes o inmediatamente después de finalizada la Guerra de España, entre ellos los que provenían de campos de concentración franceses (finales de 1939 – comienzos de 1940).
- Quienes se quedaron en Francia hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y arribaron a Argentina tardíamente, decepcionados porque el final de la contienda no conllevó la caída de Franco.
- Quienes llegaron desde 1945 en adelante como perseguidos políticos o empobrecidos económicos, incluidos huidos de cárceles franquista.
La autora también esboza el itinerario seguido por estos republicanos españoles que se refugiaron en Argentina.
El grupo más numeroso llegado antes de 1940 lo integraron los sesenta intelectuales que viajaron en el vapor Massilia, que llegó al puerto de Buenos Aires y cuyos pasajeros tomaron seguidamente trenes internacionales con destino a Chile y Paraguay o un barco a Uruguay. La ayuda a los expedicionarios del Massilia contó con la ayuda de Natalio Botana, director del diario Crítica, desde el que organizó una campaña nacional de recaudación de fondos a favor de los pasajeros de este vapor y que gestionó la autorización del entonces presidente, doctor Ortiz, para que se quedaran en el país.
Asimismo, destacó la ayuda prestada a la intelectualidad española por Victoria Ocampo, directora de la revista Sur, prestigiosa en el ámbito cultural argentino, que intercedió personalmente para que muchos intelectuales españoles pudieran refugiarse en el país. La autora subraya que en el consejo editorial de Sur figuraban simpatizantes de la causa republicana, como Guillermo de Torre, intelectual español cuñado de Jorge Luis Borges, y María Rosa Olivera. Precisamente, la articulista conecta a esta última con una entidad que se creó para canalizar este apoyo, la Comisión Argentina de Ayuda a los Intelectuales Españoles, cuya prosecretaria era María Rosa Olivera. Esta Comisión la presidía el filósofo Francisco Romero y su secretario era el diputado radical Emilio Ravignani, director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Entre los integrantes de esta Comisión figuraban destacados miembros de la colonia española, como el profesor Rey Pastor. Una vez instalados en Argentina, los escritores españoles exiliados pudieron publicar sus contribuciones en Sur.
Al principio de este artículo la autora mencionó el papel desempeñado por la Institución Cultural Española, que se había fundado en 1914. Pues bien, este organismo tuvo un papel destacado a la hora de conseguir contratos de trabajo que facilitaran el asentamiento de los intelectuales republicanos españoles en el país sudamericano. Esta institución la presidía Rafael Vehils.
No obstante, Schwarstein señala que la Universidad de Buenos Aires se mostró renuente a integrar a exiliados republicanos en su seno. En este sentido, indica que uno de los integrantes de la Institución Cultural Española, Amado Alonso, director del Instituto de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, solo pudo conseguir para Américo Castro un cargo part-time con un sueldo miserable, lo que obligó al historiador a trasladarse a Estados Unidos, al aceptar una propuesta laboral de la Universidad de Pinceton. De igual modo, Bernardo Houssay, director del Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina, solamente pudo ofrecer un puesto no permanente al histólogo Pío del Río en 1940.
Según la autora, la actitud de algunas universidades del interior del país fue distinta a la restrictiva mostrada por la de Buenos Aires. Así, el rector de la Universidad de Cuyo, Edmundo Correa, interpretó como una oportunidad de prestigio contar con intelectuales españoles para su recién creada institución, y de este modo contrató al medievalista Claudio Sánchez Albornoz, si bien a los dos años, en junio de 1942, éste se instaló en Buenos Aires, gracias a las gestiones de Ravignani, entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras, y a la ayuda económica de la Fundación Rockefeller, lo que le permitió crear el Instituto de Historia de España.
Un exiliado andaluz, Francisco Ayala, logró un contrato para dictar un curso de Sociología en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe.
Por su parte, el jurista Luis Jiménez de Asúa, consiguió un cargo en la Universidad de La Plata.
La autora hace hincapié en que, desde el punto de vista laboral, la industria editorial fue una importante fuente de trabajo para los exiliados. En este sentido, recuerda que en Buenos Aires funcionaba la sede argentina de Espasa Calpe y que su representante en el país, Gonzalo Losada, creó su propio sello editorial cuando Espasa “permaneció en el espacio cultural del franquismo”. Además, en Argentina, refugiados españoles crearon otras dos grandes editoriales: Sudamericana y Emecé.
Con carácter general, Dora Schwarstein explica que los republicanos españoles lograron crear una compleja comunidad de exiliados en Argentina. A este respecto, la autora señala: “Poniendo en juego variadas estrategias, pero sobre todo a partir de la reconstrucción de una compleja trama de relaciones personales, tanto familiares como institucionales, los republicanos españoles entraron en la Argentina, aunque indudablemente en pequeños contingentes en los que predominaron profesionales, académicos, científicos, artistas y periodistas”. No obstante, la historiadora reconoce que “el éxito o la notoriedad de muchas figuras intelectuales en un país donde se les ofreció el derecho al pleno ejercicio profesional no debería esconder otros casos en los que la vida en el nuevo país significó la pérdida de una profesión y la resignación de expectativas”.
De todos modos, según la autora, “en el recuerdo de los republicanos españoles, la recepción en la Argentina fue muy favorable”. Frente a las reticencias del Gobierno, numerosas organizaciones “se involucraron en el movimiento de solidaridad”, al contrario de lo que, según ella, ocurrió en México, donde el Gobierno tomó la iniciativa de la ayuda a los refugiados, ante una cierta hostilidad de la sociedad.